domingo, 30 de julio de 2017

26 de julio, un trágico aniversario.





El 26 de julio de 1953, se sembró la semilla para la destrucción de la república de Cuba. Lo que parecía ser una asonada más en la convulsa historia de la nación, fue en realidad el inicio de una tragedia que ha demolido a los cubanos y al país, hasta sus raíces más profundas.

La acción militar mal planeada y peor ejecutada fue el punto de partida para que un pandillero con aspiraciones políticas, dejara de ser un desconocido  e ignorado y se transformara  en una especie de vedette del culto a lo revolucionario en un estrato de la sociedad que era particularmente devoto de la conquista del poder por medio de la fuerza.

Evaluando el ataque y la personalidad del individuo que lo gestó y condujo, se puede concluir que fue una jugada arriesgada de todo o nada, un peldaño en procura de una imagen de héroe que todo lo podía y a todo vencía,  y a quien la derrota solo servía como plataforma para otro combate.

Sin dudas Fidel Castro recibió con satisfacción el golpe militar que Fulgencio Batista había protagonizado el año anterior. La violencia que conocía y que había practicado indiscriminadamente con los grupos gansteriles que operaban en la Universidad de La Habana, le ofrecía más confianza en la consecución de su objetivo de llegar al poder,  que las contiendas electorales universitarias y republicanas en las que había fracasado sistemáticamente, un factor que posiblemente influyó en su decisión de no realizar elecciones al triunfo de la insurrección, a pesar de que contaba con un amplio respaldo popular.

Una ambición sin límites, un aguzado sentido de la oportunidad, la audacia que le caracterizó, su absoluta falta de lealtad a los compromisos contraídos, su tenacidad y talento político, maduraron y fortalecieron en la medida que lo demandó el liderazgo que él mismo se impuso y que alcanzó gracias a su naturaleza cruel y despiadada.

A pesar que el ataque al Cuartel Moncada fue un rotundo fracaso por lo mal planeada y organizada que estuvo la operación por quien después se auto titularía Comandante en Jefe, y a quien sus sicarios han gustado presentar a través de los años como un excepcional estratega militar, hay que reconocer que los sobreviviente del asalto impusieron un régimen que se acerca a los sesenta años y sobrevivido a su constructor.

No obstante a sesenta y cuatro años después del Moncada y a cincuenta y ocho del triunfo de la insurrección, hay muy poco de lo que el castrismo se pueda enorgullecer, aunque lamentablemente la historia de Cuba no podrá ser escrita sin hacer referencia al mandato de Fidel Castro.

El sentir revolucionario se transformó en una especie de religión particularmente cruel. Los hijos se enfrentaron a sus padres. Las familias se dividieron. Los amigos desaparecieron. La desconfianza y la duda se propagaron  por  toda la sociedad. En cada cuadra había una jauría de perros rabiosos listos a morder por cualquier hueso. Delatar era un deber, callar alta  traición a un estado celoso de prerrogativas que había robado.

El Totalitarismo se dio nuevas leyes. Las  parodias de procesos legales permitían asesinatos públicos. Se fusiló en parques, cementerios y detrás de las escuelas. Se militarizó la sociedad. Se implantó el terror. Se impuso un paradigma  que promovía el odio y el tableteo de las ametralladoras para resolver las diferencias. Las bases culturales y morales de la nación, como parte de un Plan Nacional que pretendía recrear la conciencia ciudadana, fueron quebradas para introducir nuevos valores y dogmas.

El régimen hizo pública su intención de crear un Hombre Nuevo. La educación fue sustituida por el adoctrinamiento. A los padres se les negó el derecho de participar en la formación de sus hijos.
Fidel y Raúl fueron los principales responsables de la corrosión moral que amenaza a toda la nación. Durante sus mandatos sustituyeron la soberanía personal por la dependencia del estado. La disciplina laboral se extinguió. Agotaron la fortuna de los ricos para generalizar la miseria. El país está regido por una dictadura dinástica que se conduce como un cuartel. Se pretende una transición política y económica en el marco del castrismo en el que paulatinamente exista la posibilidad de que los esclavos puedan tener aire acondicionado en sus barracones, pero no la libertad de escoger la forma de gobierno y sociedad de sus deseos. 



Pedro Corzo
Periodista
(305) 498-1714

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